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miércoles, 13 de marzo de 2019

Él, el reencuentro.


Qué peligroso es el reencontrarse consigo mismo.
El hacerlo puede arruinar tantas cosas que debería traer consigo una advertencia:
*Se recomienda discreción.
*Úselo bajo su propio riesgo.
*En caso de ingestión, acuda a un médico. Tal vez a un psicólogo o psiquiatra.

El reencuentro llega súbito.
Uno va por la vida haciendo lo suyo: practicando un deporte, leyendo un libro, empezando una dieta… y de la nada aparece el reencuentro. Frío, retador, osado, déspota, imparable, reprochador.

Llega de golpe a juzgarte, a cuestionarte, herirte y despabilarte.
Nadie lo invitó y sin embargo se queda, hasta la tornamesa.

Hace unos días el reencuentro me encontró. Qué buen madrazo me metió. Ni un balde de agua helada me hubiera sacudido tanto.
Tan avasallador fue ese reencuentro que me obligó a renunciar a mi trabajo.

Bueno, me gustaría echarle la culpa sólo a él; pero en realidad fueron las circunstancias que acompañaron ese reencuentro las que me forzaron a tomar esa decisión.
Malditas.

Simplemente se acomodaron, se alinearon y conspiraron contra mi juicio. Ni los planetas o mi horóscopo lo hubieran podido planear tan bien.

Pero así fue. Así es. Y ahora me enfrento a la sordidez de mi reencuentro. A su incertidumbre y sus ansias. Mi reencuentro me ha colmado de intensidades adictivas. De esas que uno siente en las primeras veces. Con las que uno sueña despierto y por las noches no te dejan cerrar los ojos.

Qué malicioso es el reencuentro; nada más lo deja a uno bien pendejo.