Los “Por siempre”
están diseñados para mentir. A la mala lo he aprendido.
¿Cuántas veces
pensamos que esa persona estará ahí para nosotros?
Y no me refiero a
–literal- una vida entera, bastaría con al menos la nuestra.
Muchas veces
pensé que ya tenía amarrados a mis “Por Siempres”:
Esa mejor amiga
que vivía a unas casas de la mía y que conocía desde los 6 años.
Esa tía que, sin
importar la situación, siempre estaba ahí para mí con convicción y amor.
Pasión por mi
trabajo que creía infinita y verdadera.
Y bueno, ni
siquiera voy a mencionarlo a él, todos sabemos cómo terminó eso, (se quedó con
el perro).
Pero de una u
otra forma, la vida, el destino, Dios o como quieran llamarle se ha ensimismado
conmigo en esa lección: “los Por Siempres no existen, disfruta y suelta”.
A pesar de que
llevo años trabajándola a regaña dientes, cada día me duele más soltar, se me
hace más cansado el proceso de asimilación, de replantear paradigmas, de
respirar profundo deseando que con cada exhalación todo se borre y logre
recuperar el aliento para intentarlo de nuevo.
Y es que, fuera
de un tema de comodidad o rutina a veces se siente que el mundo gira tan rápido
que debes amarrarte al piso, enraizar para no caer.
La única solución
que encontré para evitar que esto de soltar se volviera un problema:
Dejar de sostenerme de cosas, de personas y acciones.
Dejar de sostenerme de cosas, de personas y acciones.
Aunque al principio era lo más obvio, la verdad ahora eso me da pereza y en lugar de un remedio se convirtió en un pesar.
Que hueva hacer
vínculos sin sentimientos, que estrés decir que sí a todo y dejar de ponerle
ganitas a las cosas, como dar besos sin ceder el aliento…
Ya vi que nunca
voy a ganar esta partida. Seguiré perdiendo cosas cada día que pasa y muy pocas
veces recibiré/encontraré cosas a cambio para llenar esos espacios de nuevo.